A las cinco de la mañana, la panadería, el aroma de la levadura del fermentador se esparce por la mesa de trabajo. El viejo Wen, con guantes de aislamiento térmico, acaba de sacar la bandeja del horno, el olor a pan integral tostado se mezcla con el de la mantequilla que sale a raudales. Se da la vuelta para secarse el sudor, y las mangas rozan los dos teléfonos en la mesa: la pantalla ya cubierta de harina, el gráfico K de la izquierda manchado con huellas dactilares borrosas, y en la derecha los números de subida y caída de dinero digital aún pegados a una hoja de Gate. Toma un paño húmedo p
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